Acompáñanos a descubrir la casa cueva El Nido.
¿Quieres recargar las pilas? ¿Ir a un lugar en el que se respire energía positiva por doquier y en el que te sientas como en tu propia casa?
Nuestra cueva Rural es tu espacio, es lo que necesitas.
Desde que accedes al recinto por sus puertas rojizas cubiertas por un tejadillo y coronadas por tres antiguas salidas de humo, se percibe que estás entrando en un lugar para la paz, el sosiego y el descanso.
El blanco de las paredes junto con los rayos de sol matutinos cegarán, por unos instantes, tus ojos que podrás relajar cuando bajes la mirada desde las blancas sombrillas del solárium al azul turquesa de su coqueta piscina.
Bajando por la rampa entraremos en el porche, que nos recibe en verano con una brisa fresca que sale de la cueva. Aquí crecen los cactus resguardados del calor en verano y del frío en el invierno. En este espacio con mobiliario inspirado en las antiguas colonias de ultramar, cómodo y relajante, podréis disfrutar de tertulias interminables.
Accedemos a la casa cueva a través de un vestíbulo decorado con espejos de los más diversos estilos, pero conjugados a la perfección para dar al viajero una cálida y acogedora bienvenida.
Nos adentramos en la cueva y accedemos al primer ensanche donde se sitúa un comedor con capacidad para 14 personas. Acostumbrada la vista a la penumbra inicial de la cueva la mirada se posa indiscretamente sobre la vajilla atraída por esos platos de muchos e intensos colores.
Seguimos en nuestra expedición al centro de la tierra y llegamos al espacioso corazón de la cueva.
Dos arcadas de piedra separan los dos ambientes en los que se divide el salón a nuestra derecha. Confortables sofás y sillones para que todos los inquilinos se sientan cómodos alrededor de una animada conversación o disfrutando de algún juego de mesa que se dejan ver en un mueble.
A la izquierda entrantes y salientes de la piedra forman recovecos divertidos y misteriosos. Unas escaleras en las que te envuelve la piedra y en las que seguro que te harás fotos increíbles para el recuerdo de unos días que se presumen maravillosos a la luz de lo que llevamos visto.
Y en el centro una barra de mármol flanquea el acceso a la cocina. La mirada se vuelve a sentir atraída por los luminosos de la pared. Tonos rojos, amarillos y verdes recuerdan el ambiente de un pub. “Ya alcanzo a ver en las vitrinas esas maravillosas copas de cristal en las que nos serviremos ese combinado o refresco para sostener nuestras alegres charlas”.
Nos apoyamos en la barra y al girarnos descubrimos la vinoteca, acompañada de su barrica de madera y unos taburetes. Claro estamos en zona de grandes vinos premiados en diferentes certámenes. Nos está invitando a elegir una botella de la carta y sentarnos a degustarlo dejando que pase el tiempo lentamente.
Seguimos en nuestra expedición por los recovecos de la cueva y descubrimos la zona donde se ubican las habitaciones.
Accedemos a un entramado de arcadas cruzadas y bóvedas de piedra que atrapan nuestra mirada y nos trasladan a tiempos pretéritos.
Bajamos la vista y de nuevo el blanco impoluto que viste las camas reconforta nuestras pupilas y nos invita al descanso envueltos en los mullidos edredones.
A media altura lienzos de grandes impresionistas decoran las paredes que ahora deleitan nuestros ojos y transportan al visitante a una galería de arte secreta y oculta en las entrañas de la tierra.
De momento solo dejamos las maletas, todavía hay tantas cosas por descubrir…
Volvemos sobre nuestros pasos hacia la barra y a través de una ancha escalera accedemos a la zona cubierta que alberga un parking además de un amplio espacio para el esparcimiento y la algarabía de los más pequeños. Cancha y canasta de basket, mini- pista de fútbol tenis y mesa de ping – pong nos harán pasar un buen rato con ellos y ejercitar un poco.
Y todo esfuerzo tiene su merecida recompensa. Salimos a la terraza donde los blancos y marrones atrapan nuestra mirada. Y al final de la barra asoma el grifo de cerveza, escarchado por el frío, esperando a llenar esas refrescantes cañas que nos hemos ganado.
La tarde empieza a caer y el mejor sitio dónde poder disfrutar de las vistas que ofrecen las tierras manchegas con sus tonos verdes, amarillos y marrones es aquí. Sentados en unos cómodos sofás al más estilo chillout y cubiertos por una pérgola que nos envuelve con sus tules ondeando al viento.
“Ya huele a lumbre”. En la barbacoa se oye el crepitar del fuego que poco a poco se convertirá en brasa dónde dar cuenta de las buenas carnes de la zona que no podemos dejar de probar. Recomendadas encarecidamente.
Cuando caiga la noche y empiece a refrescar volveremos al abrigo de la cueva que nos acogerá para un merecido descanso y retomar fuerzas para el día siguiente.
Os esperamos.
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